La casa de fin de semana. Las bocinas de los dos automóviles y el griterío de sus ocupantes, perturbaban el reposo del amanecer, mientras se alejaban por la carretera rumbo a la ciudad. Atrás quedaban la noche y la casa blanca y confortable, oculta entre la arboleda. La casa del amigo generoso, donde pasaban los fines de semana. Las visitas por fin se habían ido. Abandonó la glorieta y entró. Se asomó al amplio salón y apoyándose en el marco de la puerta miró hacia todas partes. Lo primero que vio fue a su gato Rómulo, inmóvil, con una de sus patas delanteras suspendida en el aire en actitud amenazante, dispuesto a lanzarse sobre la mesa ratona, la cual asustada se había escondido detrás del cortinado. El perro de porcelana le ladró con tanta furia, que cayó al suelo y él y su ladrido se hicieron mil pedazos. En ese momento el piano de cola, creyéndose tal ves un pavo real, se meneaba con torpeza. Las sillas comenzaron a danzar con lentitud. La mesa se movía en suave vaivén, haciendo que los vasos y las botellas, casi todos vacíos, tintinearan como siguiendo el compás de una música extraña. Parada junto al sofá, arrogante como siempre, la lámpara de pie iluminaba la escena con total indiferencia. La nube de humo flotando en el aire, empeñada en no disolverse y la sombra de las cosas en movimiento daban al ambiente un aspecto fantasmal. Ulises se dejó caer en el único sillón que aún permanecía quieto. Con huellas de besos en la cara, un brillo opaco en la mirada, impregnado de whisky y tabaco, harto de tanta orgía, cerró los ojos. Extendió uno de sus brazos hacia el vacío en busca de algo y al igual que Rómulo quedó detenido en el tiempo.

  Volver atrás  

Compartir en redes sociales

• 
• 

Esta página ha sido visitada 218 veces.